MANITÚ
reescrito por
SAMUEL GOMES
Cuentan los más viejos de un poblado indio que un chico de la tribu, llamado Ojibwa, era muy aficionado a la caza, pero era incapaz hacerlo porque no tenía armas y sus abuelos le habían prohibido salir a cazar solo.
Hasta que un día, Ojibwa no aguantó más y tan pronto amaneció le robó un arco a su abuelo. Con decisión se alejó del poblado rumbo al monte, con el objetivo de dar caza a un reno.
El primer día fue un fracaso. Ojibwa no tenía práctica con el arco y erró todos los lanzamientos, ya que disparaba desde muy lejos. Pronto se dio cuenta de su error y se fue acercando un poco más a los renos, pero su carácter nervioso y su escasa paciencia espantaban a los animales, que huían a la carrera. Ojibwa lo intentó con otros animales, pero la suerte u otras circunstancias parecidas le impedían lograr cazar algo que le demostrase a su abuelo que era capaz de conseguirlo.
Una mañana, el dios de la fuerza, Kitchi Manitú, apareció ante los ojos de Ojibwa. El niño se sorprendió y pensó en huir, pero una poderosa intuición le obligó a quedarse. Manitú le diría:
—Ojibwa, acércate a los animales cuidadosamente como si fueras uno de ellos.
Al día siguiente, Ojibwa cogió el arco y las flechas y siguió a rajatabla el consejo del dios Manitú. En pocas semanas, aquel muchacho, que había comprendido que con calma y paciencia se lograba todo lo que uno se proponía, se convirtió en el mejor cazador de la zona.
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