POESÍA
reescrito por
FRANCISCO MONZÓN
Han pasado ya muchos inviernos de aquello, pero esto no impide que se haya transmitido de generación en generación.
Aunque era verano, el calor sofocante se transformaba en aquellos valles en una suave brisa, acompañada por un sol que bañaba los bosques y los ríos como una enorme cascada de oro. A la Mujer Emplumada le gustaban el verano y sus paisajes y no le importaba madrugar para ir a trabajar, si ese empeño incluía salir al bosque.
Una mañana, la Mujer Emplumada se levantó antes que nadie, cuando las montañas oscuras intentan ocultar un cielo, que va cambiando del azul oscuro casi negro hasta el rosa, pero aún pronto para que se inunde de brillo. Vio descender a una velocidad asombrosa, desde la cima de la montaña, un rayo de luz que, al llegar frente a ella, tomaba forma de hombre. Tras algunas dudas, entablaron conversación, en la que el hombre le explicó quién era y de dónde venía.
—Soy una estrella de la mañana. Debo marcharme con el sol. ¿Te vienes conmigo?
Como la Mujer Emplumada no sabía qué responder, le pidió tiempo para pensárselo.
—No tenemos tiempo. Ven conmigo.
La Mujer Emplumada fue muy bien recibida en el cielo. La madre de él, la Luna, la acogió con dulzura y le contó historias variadas, una de las cuales estaba centrada en el peligro de desenterrar el Gran Tarro, porque en ese caso ocurrirían muchas desgracias en el mundo.
La Mujer Emplumada pasó allí toda su vida y tuvo un hijo, Poesía. Después de su nacimiento, comenzó a aburrirse exageradamente y en su sopor recordó la historia de El Gran Tarro, que, simplemente por curiosidad, desenterró y, al comprobar que no ocurría nada especial, volvió a enterrar al instante.
Cuando regresó a casa, el Sol y la Luna averiguaron que los había desobedecido y la expulsaron a la Tierra. Meses después, la Mujer Emplumada moría y su hijo, Poesía, se quedaba junto a sus abuelos maternos. La gran cicatriz que cruzaba el rostro de Poesía era motivo de rechazo por la gente de aquel pueblo, por lo que se vio obligado a visitar a un curandero que reparase la herida de su cara. El curandero le aconsejó que subiera al Cielo a vivir con su padre y sus abuelos paternos. Y eso fue lo que hizo.
En el cielo, sus abuelos consiguieron eliminarle la cicatriz y le enseñaron la danza del sol, cuyos movimientos mágicos lograban sanar las enfermedades. Con este poder, Poesía regresó a la Tierra y desde entonces reina entre nosotros gracias a sus poderes curativos.
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