sábado, 24 de noviembre de 2012

4. La piedra mágica


LA PIEDRA MÁGICA
reescrito por
DAVID DELGADO



          En tiempos lejanos, un joven llamado Tatunk, cuya familia numerosa era la más pobre del poblado, decidió ayudar y contribuir a la manutención familiar, ya que su padre había caído gravemente enfermo y su madre estaba de nuevo embarazada.
          Cada día pensaba en la manera de ayudar y decidió al fin que habría de ser cazando, porque desde crío había demostrado habilidad con el arco y las flechas. Además, reconocía que era rápido, fuerte y ágil y, sobre todo, bastante paciente.

          Durante la noche, preparó los útiles para la marcha y partió al amanecer hacia el bosque.

          El primer día logró cazar un par de conejos con una trampa que había instalado entre la hojarasca de un claro del bosque. Sin embargo, se le escapó un ciervo y este hecho le enfadó muchísimo. Era aquel un lugar idóneo para la caza. Surgían piezas por doquier.

          A lo largo de las semanas, Tatunk actuaba siempre igual. Cazaba algún animal y luego se sentaba sobre una piedra a comer parte de lo que había obtenido.

          Una mañana, cuando comía carne de jabalí dio una patada a la piedra donde solía sentarse e instantáneamente alguien o algo se quejó. Tatunk se asustó y por instinto le pidió perdón a la piedra, asegurándole que ignoraba que tuviera sentimientos. La piedra, enternecida, le perdonó y le contó la historia de una vaca que se sentó encima de ella.

          Tatunk y la piedra se hicieron buenos amigos. La visitaba cada día a la hora del almuerzo y, a cambio de la compañía, la piedra le contaba diferentes historias, que Tatunk se aprendía para relatárselas después a los miembros de su familia. Sus padres no le creían pero, como estaban tan contentos porque les traía comida a casa, le sonreían y aceptaban las historias con agrado. Tatunk comprendió que el disimulo de sus padres significaba que le tomaban por loco y quiso que conocieran a la piedra del bosque.

          Cuando llegaron, su padre se frotaba los ojos delante de la piedra, sin dar crédito a lo que estaba viendo. Asombrado, el padre describió en una asamblea la experiencia del bosque y convenció a sus vecinos para que se dirigieran a contemplar aquel milagro.

          A partir de entonces, un día a la semana el poblado entero se encaminaba en procesión al bosque y, sentándose alrededor de la piedra, escuchaban atentamente sus historias.

          Es de sobra conocido que aquel fue el poblado más sabio de la historia de la civilización.




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