domingo, 25 de noviembre de 2012

21. Los tres leones


LOS TRES LEONES
reescrito por
NOELIA JORDÁN


          En una gran selva vivían tres leones. Su representante convocó una reunión para que tomaran una decisión importante: uno de ellos debía ser el rey para reinar en esa gran selva.

          El problema estribaba en que había tres leones y los tres eran fuertes. Avisaron de que su intención no era competir, ya que eran amigos. Como no llegaron a ningún acuerdo, volvieron a reunirse.

          La decisión que adoptaron fue que los tres leones escalarían la montaña más complicada de la selva y el primero que la coronara sería el rey.

          En ese momento, apareció un águila que aseguró haber visto y oído todo lo que decían.

El primero dijo: “montaña me has vencido”; el segundo “montaña me has vencido”, pero el tercero matizó: “montaña me has vencido por ahora, tú ya has llegado a tu máxima estatura, pero yo todavía estoy creciendo”.

          El águila certificó que el rey habría de ser el tercer león, porque aunque fue derrotado, demostró una actitud de vencedor.

          El representante decidió que el águila había elegido bien y el tercer león se convirtió en el rey de la gran selva.


20. El valiente jefe cobarde







EL VALIENTE JEFE COBARDE
reescrito por
YASMINA EL MANSOURI


          Hace algunos años, en un poblado, un joven llamado Nerino fue elegido como jefe de la tribu. Todos los habitantes del poblado creían que Nerino duraría un año como jefe, justo lo que tardaría en enfrentarse con la bestia del ojo de fuego. Pero eso nunca sucedió, porque Nerino fue resistiendo en el poblado hasta envejecer, sin haber luchado contra la bestia.

          Los habitantes del poblado le consideraban un cobarde. Durante una nevada, Nerino preparó a su ejército y marcharon a la cima de la montaña para luchar contra la bestia, que se encontraba débil a causa del frío. Tras la lucha, una victoria sencilla.

          Los habitantes del poblado aprendieron una lección: la paciencia puede llegar a ser más útil que la acción, aun a costa de ser considerado un cobarde.



19. El atrapasueños (2ª versión)


EL ATRAPASUEÑOS
reescrito por
ANDREA PAREDERO



          Cuenta la leyenda que, en una montaña, vivía un abuelo que, en una noche fría de invierno,  cuidaba de su nieto, ya que su madre había muerto cuando era muy pequeño y su padre había desaparecido en la montaña.

          El niño, de unos diez años, se llamaba Pyrus. Como todas las noches, su abuelo, Unipa, le contaba una historia antes de dormir. La de esa noche era distinta e interesante para Pyrus, necesaria para ayudarle a dormir y evitar las pesadillas. La historia hablaba de un objeto especial usado por los Sioux en su vida cotidiana. Lo llamaban el atrapasueños.

          Cada vez que Cokota quería reflexionar, subía a una montaña alejada de su poblado. En esta ocasión el motivo era que últimamente padecía malos sueños y necesitaba dejar de soñarlos, porque era incapaz de dormir y se encontraba muy cansado al amanecer. Tuvo una visión: el dios de la noche, Ikomi, le mostró la telaraña que estaba tejiendo, mientras le aconsejaba que debía guiarse por buenas ideas y olvidar las malas, ya en el caso contrario podría encontrarse con un final que no deseaba. Ikomi le regaló la telaraña, un círculo perfecto con algo curioso en su centro: un hueco vacío, un agujero. Ikomi le explicó que las malas ideas se escaparían por ese agujero y las buenas se quedarían pegadas en la telaraña. Cokota se llevó el atrapasueños y dejó de tener malas ideas.

          El abuelo Unipa terminó de contarle la historia y le ofreció su propio atrapasueños, que había pasado de generación en generación, a Pyrus.

          A partir de entonces, Pyrus tuvo una buena vida y jamás conoció un mal sueño.



18. El silbón





EL SILBÓN
reescrito por
MARÍA TRILLA


          Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo, en los llanos de Venezuela y Colombia, vivían en una tribu un padre y su hijo.

          Eran un ejemplo a seguir por la gente con la que convivían, porque se respetaban el uno al otro. Los integrantes de la tribu los querían, ya que estaban siempre dispuestos a ayudar a los demás y la generosidad era el rasgo que los caracterizaba.

          A medida que el niño fue creciendo, seguía siendo bondadoso y amable. Destacaba en el arte de la caza. Era todo un icono de majestuosidad hasta que un día, sin una causa lógica, dejó de ayudar a los miembros de su tribu y comenzó a odiar de una manera escalofriante a su padre. De la noche a la mañana se había convertido en un ser malvado y atroz, y le empezaron todos a temer.

          Su padre, que ya era bastante mayor, necesitaba con urgencia la ayuda de su hijo, pero este le ignoraba, negándole el apoyo necesario. Cansado de su hijo, decidió irse a cazar, ya que compartir la tipi con él le provocaba angustia. Cuando regresó sin obtener ninguna pieza en la caza, su hijo le asesinó. Después le arrancó el hígado y el corazón para comérselos.

          Desterraron al hijo de la tribu.

          Desde entonces se dice que cada vez que se escucha un sonido lejano, como el aullido de un lobo pero más terrorífico, es una especie de aviso de que el chico se está acercando a la búsqueda de la próxima pieza a la que asesinar.




17. Ojo de águila



 

OJO DE ÁGUILA
reescrito por
Mª CARMEN VILLA



          En los comienzos de la vida, en el Este, la gente no conocía aún el fuego real, usaban una especie de fuego inservible, inútil para calentar ni guisar los alimentos, por lo cual sobrevivían con verduras y pescados crudos.



          En el Oeste, sí existía el fuego, pero tampoco servía para cocinar.



          En el Norte y en el Sur había miles de personas, pero tampoco tenían fuego eficaz.



          En todas partes se preguntaban dónde encontrar el fuego real.



          Una noche, todos los habitantes de todos los puntos cardinales salieron juntos en su búsqueda, cubriendo un amplio territorio, aunque sin éxito alguno. Después de su fracaso, los jefes indios celebraron un consejo, en el que decidieron que el más valiente debería descender al infierno, donde seguramente residiría el fuego.



          Ojo de Águila fue el elegido. Llegó, descendiendo por un agujero oscuro, y comprobó cómo centenares de espíritus expulsaban fuego por la boca. A medida que el fuego salía expulsado, Ojo de Águila lo purificaba y lo guardaba en inmensos cubos de metal. Cuando la carga fue la suficiente, ascendió por el mismo agujero oscuro hasta que llegó al poblado.



          Gracias a este valiente Ojo de Águila, el fuego se utiliza en la vida cotidiana.






16. El mundo


EL MUNDO
reescrito por
BORJA PRIETO MARTÍNEZ



          Hace mucho tiempo que el dios Petka tuvo cuatro hijos con su querida mujer Milna. Sus hijos recibieron el poder de los dioses y cada uno se convirtió respectivamente en el dios de algo. Uno en el dios de la Muerte, otro en el de la Tierra, otro en el de los Mares y el último en el de los Cielos. Solían organizar reuniones y un día surgió la idea de crear vida en la Tierra, poblándola de personas, ideales y fantasía…Cada uno puso sus normas y, después de unirlas todas, concluyeron que los seres humanos debían ser mortales y trabajar sus tierras, ya que igual que les concedían la vida, debían cuidar del planeta y no corromperse por el odio y la oscuridad. También deberían adorarlos y rendirles culto.

          Como los seres humanos cometían errores, porque eran imperfectos, enfurecían a los dioses y los castigaban enviándoles plagas y tempestades. Petka y Milma se reunieron para intentar remediar el mal de los seres humanos. Llegaron a la conclusión que lo que posee vida, alberga también sentimientos y si se les castigaba por sus defectos, dejarán de rendirles culto y les odiarán. Acordaron que sus cuatro hijos dejaran de ser tan estrictos, amenazándolos con destruir la vida de la Tierra.

          Desde ese día los cuatro dioses fueron menos exigentes y la vida en la Tierra mejoró bastante.

          Comprendieron que con la dureza no se solucionan los problemas.




15. El pájaro dormilón


EL PÁJARO DORMILÓN
reescrito por
DAVID PARRA


          Cuenta la leyenda que un día Dios estaba en el cielo y se dio cuenta de que ningún animal de los que había creado tenía nombre, así que organizó una fiesta donde todos los animales competirían en una carrera y, después de concluida, otorgaría un nombre a cada uno. Entre todos estos animales destacaba un pájaro que era muy dormilón.


          El día anunciado de la carrera, el pájaro se durmió en el medio del camino por donde iba a transcurrir la carrera y tuvo un sueño. Soñó que Dios, al ver un pájaro tan especial y tan sobresaliente entre los demás, le bautizaría con un nombre precioso, que sería la envidia del resto de animales. Pero no ocurrió nada de esto.


          Al despertar, comprobó que no había un alma por donde debía transcurrir la carrera, así que el pájaro echó a volar para encontrar a alguien. Le pareció muy extraño no encontrar a nadie en su camino. En un primer momento se asustó, pero su miedo amainó al distinguir al final del camino a todos los animales disputando la carrera. Cuando aterrizó advirtió que no tenía cola, sino una sola pluma delgada. Cayó en la cuenta de que todos los animales le habían pisoteado durante la carrera mientras dormía.


          Debido al aspecto de su cola, Dios le puso el nombre de Recto.







14. La desgracia del lago


LA DESGRACIA DEL LAGO
reescrito por
ADRIÁN MORENO

 
          Una pequeña trucha llamada Ami, el cangrejo Leo y una anciana rana, cuyo nombre era Esnorqui vivían en un pequeño lago al sur de África, conviviendo con otras especies de peces o seres insignificantes para el ser humano.

          Un día poco especial, charlaban los tres de sus asuntos cuando de pronto oyeron llegar, desde la lejanía, una extraña máquina de vapor. Esnorqui salió del agua para investigar el molesto sonido y pudo ver la máquina entre los pinos.

          ¡Era un tren!

          Bajó de él un hombre siniestro, con los pantalones pesqueros y una chaqueta de pana y…además una caña a la espalda. La rana regresó de inmediato al rincón donde se solían reunir, entre la boya y la roca enorme que delimitaba la mitad del lago con el islote que yacía en las aguas claras. Nada más llegar, avisó a sus dos amigos e idearon un plan: durante la noche, accederían a la cabaña del pescador para robarle la caña y los artilugios de pesca.

          Cayó la noche y los tres en fila se dirigieron a la cabaña. Mientras la trucha esperaba en la orilla, el cangrejo y la rana intentaron prender fuego a la cabaña, pero un rayo inesperado los fulminó con una furia vengativa.

          A la mañana siguiente, el pescador lanzó su caña contra las aguas del lago y no tuvo que esperar mucho para tener suerte.

13. La bondad


LA BONDAD
reescrito por
MARÍA MORALES



          Cuenta una leyenda china que un día, cuando el viejo sabio Jin trabajaba en su laboratorio, mezclando pócimas y fórmulas, saltó todo por los aires a causa de una tremenda explosión. De su laboratorio solo quedaron algunas paredes en ruinas, mientras el viejo profesor salió propulsado de la ventana de la Universidad hacia el patio trasero, desapareciendo totalmente de la faz de la tierra.

          Sus discípulos y compañeros sintieron mucho su muerte, ya que comprendían que lo que habían perdido en realidad era el alma de la Universidad.

          El espíritu del viejo sabio descendió a los infiernos para informarse de si era ese el lugar que le iba a corresponder habitar y descubrió un sitio tenebroso, hostil y sucio, oscuro y rocoso, con olor a muerte, un ambiente en el que nadie desearía pasar el resto de su vida espiritual. Sus habitantes eran violadores, gente de mal vivir, asesinos y ladrones. Observando estas almas malignas comprendió que él no debía quedarse allí. El mismo demonio le informó de que aquella no iba a ser su definitiva morada y, nada más escuchar sus palabras, fue expulsado del infierno, siendo trasladado a los cielos.

          En el cielo se dio cuenta de que aquello era espectacular, diametralmente opuesto a lo que se había encontrado en el infierno, todo blanco y azul, con gente bien vestida y de buen aspecto preocupadas por el prójimo. Jin percibió el amor que se profesaban los unos a los otros y comprendió que allí estaría bien.




12. Poesía


POESÍA
reescrito por
FRANCISCO MONZÓN

          Han pasado ya muchos inviernos de aquello, pero esto no impide que se haya transmitido de generación en generación.

          Aunque era verano, el calor sofocante se transformaba en aquellos valles en una suave brisa, acompañada por un sol que bañaba los bosques y los ríos como una enorme cascada de oro. A la Mujer Emplumada le gustaban el verano y sus paisajes y no le importaba madrugar para ir a trabajar, si ese empeño incluía salir al bosque.

          Una mañana, la Mujer Emplumada se levantó antes que nadie, cuando las montañas oscuras intentan ocultar un cielo, que va cambiando del azul oscuro casi negro hasta el rosa, pero aún pronto para que se inunde de brillo. Vio descender a una velocidad asombrosa, desde la cima de la montaña, un rayo de luz que, al llegar frente a ella, tomaba forma de hombre. Tras algunas dudas, entablaron conversación, en la que el hombre le explicó quién era y de dónde venía.

—Soy una estrella de la mañana. Debo marcharme con el sol. ¿Te vienes conmigo?

          Como la Mujer Emplumada no sabía qué responder, le pidió tiempo para pensárselo.

—No tenemos tiempo. Ven conmigo.

          La Mujer Emplumada fue muy bien recibida en el cielo. La madre de él, la Luna, la acogió con dulzura y le contó historias variadas, una de las cuales estaba centrada en el peligro de desenterrar el Gran Tarro, porque en ese caso ocurrirían muchas desgracias en el mundo.

          La Mujer Emplumada pasó allí toda su vida y tuvo un hijo, Poesía. Después de su nacimiento, comenzó a aburrirse exageradamente y en su sopor recordó la historia de El Gran Tarro, que, simplemente por curiosidad, desenterró y, al comprobar que no ocurría nada especial, volvió a enterrar al instante.

          Cuando regresó a casa, el Sol y la Luna averiguaron que los había desobedecido y la expulsaron a la Tierra. Meses después, la Mujer Emplumada moría y su hijo, Poesía, se quedaba junto a sus abuelos maternos. La gran cicatriz que cruzaba el rostro de Poesía era motivo de rechazo por la gente de aquel pueblo, por lo que se vio obligado a visitar a un curandero que reparase la herida de su cara. El curandero le aconsejó que subiera al Cielo a vivir con su padre y sus abuelos paternos. Y eso fue lo que hizo.

          En el cielo, sus abuelos consiguieron eliminarle la cicatriz y le enseñaron la danza del sol, cuyos movimientos mágicos lograban sanar las enfermedades. Con este poder, Poesía regresó a la Tierra y desde entonces reina entre nosotros gracias a sus poderes curativos.





 

11. La llave de la felicidad




LA LLAVE DE LA FELICIDAD
reescrito por
MARÍA GONZÁLEZ ROJAS




          A las afueras de un pueblo vivía el Divino en un gran palacio, lleno de riquezas. No le faltaba de nada, poseía todos los bienes inimaginables, ya que le sobraba el dinero. Pero en el fondo, un vacío íntimo le carcomía por dentro: estaba solo en el mundo. No podía compartir con nadie todo lo que poseía.

          Un día se le ocurrió hacer algo que, sin saberlo, cambiaría su vida para siempre. Con ayuda de la magia, creó a dos seres que siempre le acompañarían. Comenzó a jugar con ellos, paseaban alegres por los maravillosos y verdes jardines y hacían multitud de cosas los tres juntos.

          Al cabo de unos meses, el Divino se marchó de viaje por asuntos de negocios, asegurando a los seres que regresaría muy pronto. A la vuelta, dos semanas después, descubrió sobre una pequeña mesa de madera de sus aposentos un pergamino, escrito con perfecta caligrafía, que le informaba de que los dos seres se iban, puesto que habían encontrado una llave que les conducía a la felicidad. El Divino comprendió que los dos seres le habían abandonado para siempre.

          Las semanas siguientes fueron tristes y aburridas para el Divino. Cansado de su vida, una noche veraniega se le ocurrió crear a un ser humano como ningún otro pero, para que este no le abandonase, pensó en esconder la llave de la felicidad con la que los otros dos seres se habían fugado. Pensó en tirarla al mar dentro de un cofre, aunque comprendió que el nuevo ser humano podría nada hasta dar con ella. Pensó en esconderla en una cueva lejos del palacio, pero asumió que allí también podría encontrarla.

          Fue entonces cuando se le ocurrió una magnífica idea. Como la llave de la felicidad era diminuta, la mejor opción era esconderla en su interior. Así que una noche, el Divino ofreció a su querido ser una porción de tarta de fresa. Este no rechazó la oferta, ya que tenía hambre, y en solo dos bocados se comió la tarta entera. La llave estaba dentro de él y no podría encontrarla nunca.

          Aunque estuviera tan cerca, el ser humano nunca encontró la llave de la felicidad.




10. El secreto de la felicidad


EL SECRETO DE LA FELICIDAD
reescrito por
SONIA GONZÁLEZ MARTÍN


          Cuenta una antigua leyenda que en un remoto reino, situado entre bosques, donde sus majestuosos árboles llenos de vigor transmitían una sensación de bienestar a todo lo que rodeaban, vivía un rey triste, obcecado en la búsqueda de la felicidad. Cada amanecer, el rey comprobaba cómo el sirviente, encargado de despertarle, rebosaba de felicidad y sonreía de tal manera que parecía que se le iba a desencajar la mandíbula. Una mañana le mandó llamar y le preguntó por su secreto.

—¿Qué secreto, majestad?

—El de tu felicidad, por supuesto.

          El sirviente le contestó que no existía tal secreto.

          El rey se enfadó muchísimo y le amenazó con la muerte si no le decía la verdad. El sirviente se echó a temblar y terriblemente nervioso articuló un par de palabras imperceptibles, mientras repetía una y otra vez que no existían secretos para su felicidad.

—¿Por qué estás siempre alegre y de buen humor?—le volvió a preguntar el rey con voz firme y rotunda.

—Señor, tengo esposa, casa, alimento y ropa. No tengo motivos para estar triste. No oculto nada más.

          Al fin, el rey dejó marchar al sirviente y, nada más desaparecer, llamó a uno de sus consejeros, a quien preguntó por la felicidad de aquel pobre hombre, que vestía harapos y comía migajas. Este le propuso:

—Majestad, esta misma noche le espiaremos en su propia casa. No se olvide de traer una bolsa de cuero con noventa y nueve monedas de oro. Comprenderá cómo funciona la rueda de la infelicidad.

          A la hora prevista, el rey incrédulo se presentó junto con el consejero y este extrajo de un bolsillo un pergamino donde se leía lo siguiente: Por tu buen hacer, disfruta de estas monedas y no las compartas con nadie o te serán retiradas. Engancharon la nota a la bolsa de monedas y golpearon la puerta del sirviente y luego desaparecieron en la oscuridad. El sirviente abrió la bolsa, leyó el pergamino y comprobó con asombro lo que había en su interior. Se la apretó contra el pecho y, mirando a un lado y a otro, cerró tras de sí la puerta. Dentro de su casa, despejó la mesa, excepto la vela que le servía para alumbrarse, y fue apilando las monedas en montoncitos de diez. Enseguida se dio cuenta de que en uno de los montones faltaba una moneda. Se volvió loco registrando cada rincón y, al no hallarla por ningún sitio, comenzó a chillar: ladrones, ladrones, me han robado. Sus ojos miraban con avaricia el montoncito incompleto y se lamentaba de lo desgraciado que era. Creyó que lo perfecto debía ser el número de cien monedas, el camino directo para alcanzar la felicidad. Pensó cómo conseguir la moneda que le faltaba: trabajaría el doble, si era necesario pondría a trabajar a su mujer, vendería sus escasas pertenencias, dejaría de comer…

          En un lugar recóndito del palacio, el rey llamó a su consejero:

—Por fin he conseguido entender cómo funciona la rueda de la felicidad. Teníamos a una persona feliz sin que poseyera nada en absoluto y lo hemos convertido en un monstruo que no se conforma con nada.


9. El rescate del sol


EL RESCATE DEL SOL
reescrito po
GÉNESIS MERA


          Desde muy pequeño Mokele, el hijo del jefe de la tribu, hacía muchas preguntas como cualquier niño de su edad. Cuando era ya un adolescente, el joven le volvió a preguntar a su padre:

—¿Qué ha ocurrido con el sol? ¿Por qué los días son oscuros como las noches?

          La respuesta de su padre fue simple, la misma de siempre:

—Querido, Mokele, alguien ha robado el sol.

           El jefe de la tribu le contó a Mokele que durante diez largos años hubo una interminable batalla entre su tribu y otra lejana. La causa de esta guerra había que buscarla en la codicia de aquella tribu lejana por adquirir el sol, únicamente para ellos.

          Después de escuchar el terrible relato de su padre, Mokele, indignado, decidió viajar hasta los confines del nuevo mundo para recuperar lo que por derecho también les pertenecía a ellos: el maravilloso sol.

          El viaje fue largo, con sus noches gélidas y sin compañía, pero Mokele lo emprendió seguro de sí mismo, convencido que tras su esfuerzo encontraría una gran recompensa. Al cabo de muchas lunas, divisó en la lejanía unos pequeños rayos que iluminaban ligeramente su camino. Como si hubiera descubierto el paraíso, Mokele corrió y corrió hasta aquel lugar misterioso.

          Cuando llegó, se dirigió directamente a la tipi del jefe de aquella tribu con la intención de retarlo a un duelo para arrebatarle el sol. Frente a la choza gritó con todas sus fuerzas:

—Soy Mokele, hijo del jefe de la tribu a la que robasteis el sol. ¡¡Vengo a recuperarlo!!

          Al darse cuenta de que no obtenía respuesta, decidió adentrarse en aquella choza. Ya dentro, pudo contemplar una silueta femenina que lo atrajo con sus formas sensuales.

—Me llamo Roxane—le dijo la mujer cuando estaba más cerca—mi padre, que es el jefe de la tribu, no se encuentra ahora aquí. Bebe este sabroso caldo mientras lo esperamos juntos.

          Mokele dudó, pero al fin lo aceptó. Cuando iba a dar el primer trago, se dio cuenta de que la chica no bebía y pensó que tal vez pretendía envenenarlo. Mokele salió apresuradamente de la choza y se escondió a esperar a su enemigo. Media hora más tarde, el jefe de esa tribu adversa llegó, escuchó el reto de Mokele y, con una sonrisa burlesca, aceptó batirse en duelo con el joven.

          Mantuvieron una lucha desigual, debido a la fiereza del jefe enemigo, pero el joven Mokele, que tenía fama de audaz y paciente, aprovechó un descuido del jefe para atacar su punto débil, derrotándole de ese modo.

          Mokele recuperó la luz del sol y el brillo del amor, ya que Roxane cayó rendida en sus brazos.







8. Manitú

 
MANITÚ
reescrito por
SAMUEL GOMES

          Cuentan los más viejos de un poblado indio que un chico de la tribu, llamado Ojibwa, era muy aficionado a la caza, pero era incapaz hacerlo porque no tenía armas y sus abuelos le habían prohibido salir a cazar solo.

          Hasta que un día, Ojibwa no aguantó más y tan pronto amaneció le robó un arco a su abuelo. Con decisión se alejó del poblado rumbo al monte, con el objetivo de dar caza a un reno.

          El primer día fue un fracaso. Ojibwa no tenía práctica con el arco y erró todos los lanzamientos, ya que disparaba desde muy lejos. Pronto se dio cuenta de su error y se fue acercando un poco más a los renos, pero su carácter nervioso y su escasa paciencia espantaban a los animales, que huían a la carrera. Ojibwa lo intentó con otros animales, pero la suerte u otras circunstancias parecidas le impedían lograr cazar algo que le demostrase a su abuelo que era capaz de conseguirlo.

          Una mañana, el dios de la fuerza, Kitchi Manitú, apareció ante los ojos de Ojibwa. El niño se sorprendió y pensó en huir, pero una poderosa intuición le obligó a quedarse. Manitú le diría:

—Ojibwa, acércate a los animales cuidadosamente como si fueras uno de ellos.

          Al día siguiente, Ojibwa cogió el arco y las flechas y siguió a rajatabla el consejo del dios Manitú. En pocas semanas, aquel muchacho, que había comprendido que con calma y paciencia se lograba todo lo que uno se proponía, se convirtió en el mejor cazador de la zona.




7. El amor lo puede todo


EL AMOR LO PUEDE TODO
reescrito por
CRISTINA GHEORGHE


          Se cuenta que hace muchos años Luna Nueva, una chica tranquila y amable, se enamoró de Buitre Negro, un indio astuto que provenía de una tribu vecina.

          Durante las noches, Buitre Negro se infiltraba en la aldea de Luna Negra y robaba la comida que podía. Una de esas noches, Luna Nueva lo sorprendió acechante entre las sombras y lo siguió hasta una cueva, donde, incrédula, lo observó sacar de su zurrón toda la comida que había robado. Al sentirse descubierto, decidió explicarse, hablar para convencerla de que en realidad les robaba la comida porque se había enamorado de ella. Luna Nueva no le creyó.

          Al cabo de los días, Luna Nueva se dio cuenta de que estaba enamorada de Buitre Negro, pero no sabía qué hacer, se sentía defraudada por aquel que robaba la comida de su tribu. Cada noche, su malestar aumentaba.

          Buitre Negro intentó acercarse y hablar con ella, pero Luna Nueva estaba confundida, quería pero no quería verle. Un día no aguantó más y fue a buscarlo.

          Llegaron a un acuerdo y decidieron irse juntos a vivir en la tribu de Buitre Negro, abandonando a su familia y a sus compañeros. Nada le importaba excepto Buitre Negro. Su vida solo giraba alrededor de él.

          Desde entonces se dice que el amor puede con todo, que no existe sentimiento más hermoso que el amor, siempre que sea correspondido.




 

6. La leyenda del río Atuel


LA LEYENDA DEL RÍO ATUEL
reescrito por
JORGE GARCÍA


          En las llanuras de Mendoza, a las afueras de Escalera, existía un poblado indígena. La tribu la formaban una serie de veinte cabañas de paja y madera, liderada por el jefe Talú, un hombre grandioso y fuerte, pero muy pacífico.

          En aquellos tiempos, una gran sequía asfixiaba al poblado indígena. Para solucionar el problema, Talú se vio en la necesidad de buscar agua en una zona próxima a un inmenso y descomunal bosque. En varios de sus viajes, presintió que alguien le seguía, pero cuando volvía la espalda no descubría a nadie. Encontró algunos pozos y transportó su agua, pero necesitaba más, así que sus viajes se fueron sucediendo en el tiempo.

          En una ocasión en que caminaba por la llanura, avistó en la lejanía una especie de granja con sus graneros y sus silos. Se acercó sigilosamente y dentro de sus terrenos conoció a Clara, una encantadora chica morena que parecía muy trabajadora. Hablaron, se cayeron bien y las visitas se convirtieron en un rito diario. Una semana más tarde, Talú la propuso convivir con él en su poblado.

          El hijo de su amorosa relación recibió el nombre de Atuel. Enseguida dio muestras de bravura y de un rostro espectacularmente hermoso y fue adorado por los miembros de la tribu como futuro líder guerrero. Cuando tuvo diez años, Talú le enseñó a combatir, a golpear a los adversarios y a utilizar armas. Gracias a ese entrenamiento, meses después, consiguió sofocar un ataque de hombres blancos, que arrasaron el poblado, dejándolo expuesto al furor de las llamas.
          Consiguieron expulsar a los hombres blancos, pero eran incapaces de sofocar el fuego. Sin más solución, Atael y Clara comprendieron que su destino no era otro que proteger a su pueblo. Subieron a la cima de una montaña y se ofrecieron a los dioses como sacrificio a cambio de su ayuda.

          Instantáneamente, comenzó a llover con una furia de diluvio.


 

5. Atahualpa




ATAHUALPA
reescrito por
JESÚS GARCÍA-MUÑOZ

          En épocas de la colonización, el rey de los incas, Atahualpa, gobernaba un territorio rodeado por la naturaleza e innumerables animales del bosque.

          Atahualpa era astuto y egoísta y trataba a sus habitantes como si fueran esclavos, obligándoles a trabajar de sol a sol a cambio de un único plato de comida. Vivían miserablemente en chozas que se caían a pedazos. En las estaciones calurosas se asaban y creían morir de frío en las invernales. Sin embargo, Atahualpa residía en un palacio repleto de privilegios y comodidades.

          Una mañana de invierno, Ajit, un niño de nueve años, caminaba junto a sus amigos por un pradillo del poblado y se vieron sorprendidos por la presencia temerosa de Atahualpa. El rey los recriminó por dejar abandonado su trabajo y solo amenazó a Ajit, ya que sus amigos habían huido a la carrera.

—Como te vuelva a ver lejos de tus tareas, pequeño Ajit, tu familia será castigada.

          Muy preocupado, Ajit les comentó el accidente a sus padres y estos creyeron conveniente disculparse ante el rey.

—La próxima vez, el niño será azotado—les increpó el soberbio rey.

          Una mañana de primavera, los niños jugaban, después del trabajo, en las praderas bajo los árboles frondosos, arrancando ramilletes de flores y escuchando con delicada admiración a los pájaros cantores, desde donde divisaron en el horizonte un enorme barco. Los niños incas recibieron a sus tripulantes con vivas y hurras, porque creían que les salvarían de las terribles garras del rey avariento. Pero se equivocaban. Aquellos marineros eran españoles que traían la intención de colonizar esas tierras. Los niños huyeron despavoridos y, una vez más, Ajit se quedó solo para recibir a los marineros españoles.

—Niño, ¿dónde puedo encontrar al rey Atahualpa?—le preguntó un barbudo marinero.

           Después de pensárselo mucho, Ajit les pidió que le acompañaran. Más de mil marineros, en fila india, seguían los pasos tranquilos de Ajit, que caminaba seguro de sí mismo. Tardaron cinco minutos en llegar a las puertas del palacio. Los españoles derribaron las puertas y exigieron ver al mismísimo rey, que apareció instantes después con el rostro desencajado por el temor. Los marineros le exigieron una habitación repleta de oro y el rey se la concedió. Luego, entre carcajadas, le pidieron el pueblo entero y Atahualpa comprendió que había llegado su fin.

          Al amanecer su cabeza colgaba de la rama de un árbol, babeando sangre espesa.


 

sábado, 24 de noviembre de 2012

4. La piedra mágica


LA PIEDRA MÁGICA
reescrito por
DAVID DELGADO



          En tiempos lejanos, un joven llamado Tatunk, cuya familia numerosa era la más pobre del poblado, decidió ayudar y contribuir a la manutención familiar, ya que su padre había caído gravemente enfermo y su madre estaba de nuevo embarazada.
          Cada día pensaba en la manera de ayudar y decidió al fin que habría de ser cazando, porque desde crío había demostrado habilidad con el arco y las flechas. Además, reconocía que era rápido, fuerte y ágil y, sobre todo, bastante paciente.

          Durante la noche, preparó los útiles para la marcha y partió al amanecer hacia el bosque.

          El primer día logró cazar un par de conejos con una trampa que había instalado entre la hojarasca de un claro del bosque. Sin embargo, se le escapó un ciervo y este hecho le enfadó muchísimo. Era aquel un lugar idóneo para la caza. Surgían piezas por doquier.

          A lo largo de las semanas, Tatunk actuaba siempre igual. Cazaba algún animal y luego se sentaba sobre una piedra a comer parte de lo que había obtenido.

          Una mañana, cuando comía carne de jabalí dio una patada a la piedra donde solía sentarse e instantáneamente alguien o algo se quejó. Tatunk se asustó y por instinto le pidió perdón a la piedra, asegurándole que ignoraba que tuviera sentimientos. La piedra, enternecida, le perdonó y le contó la historia de una vaca que se sentó encima de ella.

          Tatunk y la piedra se hicieron buenos amigos. La visitaba cada día a la hora del almuerzo y, a cambio de la compañía, la piedra le contaba diferentes historias, que Tatunk se aprendía para relatárselas después a los miembros de su familia. Sus padres no le creían pero, como estaban tan contentos porque les traía comida a casa, le sonreían y aceptaban las historias con agrado. Tatunk comprendió que el disimulo de sus padres significaba que le tomaban por loco y quiso que conocieran a la piedra del bosque.

          Cuando llegaron, su padre se frotaba los ojos delante de la piedra, sin dar crédito a lo que estaba viendo. Asombrado, el padre describió en una asamblea la experiencia del bosque y convenció a sus vecinos para que se dirigieran a contemplar aquel milagro.

          A partir de entonces, un día a la semana el poblado entero se encaminaba en procesión al bosque y, sentándose alrededor de la piedra, escuchaban atentamente sus historias.

          Es de sobra conocido que aquel fue el poblado más sabio de la historia de la civilización.




3. Nilat y Tamipi


NILAT Y TAMIPI
reescrito por
NAGLAE FOKKAIS


          En tiempos muy lejanos, en una aldea cercana a un bosque vivían dos hermanos con su abuelo. Los niños eran huérfanos, ya que sus padres habían sido devorados por una manada de lobos una semana atrás. Estaban tristes y apenas tenían apetito ni ganas de realizar ninguna actividad. Dejaron de relacionarse con los demás niños de la aldea. Se consolaban tan solo el uno con el otro.

          El mayor quedó tan afectado que le atrapó el egoísmo: no le importaba nada que no fuera él mismo. El hermano menor poseía, sin embargo, un carácter bondadoso y humilde. Entre ambos, estalló una absurda rivalidad.

          El abuelo se dio cuenta del conflicto y le dijo al hermano mayor:
—Querido Tamipi, ¿por qué estás así? Nuestras vidas consisten básicamente en sufrir por esto o por aquello. No te deberías culpar por la muerte de tus padres.

          Tamipi ignoró las palabras de su abuelo y continuó actuando igual.

          La mañana siguiente les recibió la prueba para ser el guerrero encargado de la seguridad de la aldea. Ambos hermanos debían viajar a la montaña y regresar con la pluma de un águila. Tamipi volvió al día siguiente con la pluma, pero Nilat, el hermano humilde, regresó una semana después con el águila herida, que había curado y cuidado.

          Tamipi creyó que él debía ser el vencedor de la prueba, pero la asamblea de sabios decidió que no iba a ser así, sino que su hermano Nilat sería el guerrero de la aldea a partir de ese instante. El abuelo quiso pacificar y les dijo:
—Queridos nietos, Tamipi y Nilat, no siempre vence el más fuerte ni el más grande, si no el más inteligente y bondadoso. Por eso os pido que olvidéis vuestros rencores para que crezcáis sanos y buenas personas.